domingo, 2 de junio de 2013

Nuestra actitud no es automáticamente buena por el solo hecho de que seamos cristianos




Nuestra actitud no es automáticamente buena por el solo hecho
de que seamos cristianos
Es digno de notarse que los siete pecados capitales: orgullo, avaricia, lujuria, envidia,
ira, glotonería, pereza, no son sino asuntos de actitud, espíritu interior y motivos.
Tristemente, muchos cristianos carnales acarrean problemas espirituales internos. Son
como el hermano mayor del hijo pródigo, pensando que todo lo hacen bien. Él decidió
quedarse en casa con el padre. De ninguna manera iba a malgastar su tiempo inútilmente.
Sin embargo, cuando el hermano más joven regresó a casa, algunas de las actitudes
erróneas del hermano mayor salieron a la superficie.
Primero, tuvo un sentimiento de importancia propia. El hermano mayor estaba afuera en
el campo, haciendo lo que tenía que hacer, pero se enojó cuando comenzó la fiesta en casa.
No se enojó porque no le gustaran las fiestas. Sé que le gustaban, porque se quejó a su
padre reclamándole que nunca le había dejado tener una.
Le siguió un sentimiento de autocompasión. El hermano mayor dijo: «He aquí, tantos
años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para
gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con
rameras, has hecho matar para él el becerro gordo» (Lucas 15.29, 30).
Casi siempre pasamos por alto el verdadero significado de la historia del hijo pródigo.
Olvidamos que no tenemos uno sino dos pródigos. El hermano más joven era culpable de
los pecados de la carne, mientras que el hermano mayor era culpable de los pecados del
espíritu (actitud). Cuando la parábola termina, es el hermano mayor el que está fuera de la
casa del padre.
En Filipenses 2.3–8, Pablo habla de las actitudes que debemos poseer como cristianos:
Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando
cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo
propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir
que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser
igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma
de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Pablo menciona cinco cosas sobre la actitud cristiana adecuada:
1. Hacer las cosas por las razones correctas (v. 3).
2. Considerar a los demás como más importantes que uno mismo (v. 3).
3. Mirar el interés de los demás (v. 4).
4. Cristo reconoció su condición de hijo y por eso quería servir a Dios y a los demás.
5. Poseer la actitud de Cristo, que no estaba hambriento de poder (v. 6) sino que se
despojó a sí mismo (v. 7), demostró obediencia (v. 8) y cumplió el propósito de
Dios (v. 8).
Cuando el énfasis en nuestra manera de vivir no se centra en el versículo 4, buscando
nuestros propios intereses personales, somos como el hermano mayor. Alimentamos
actitudes de celo, compasión y egoísmo. Los cristianos que no poseen una causa más
grande que ellos mismos no son tan felices como los que no conocen a Cristo como
Salvador, pero sin embargo tienen un propósito más grande que ellos mismos.
Esta actitud de «hermano mayor» tiene tres posibles resultados, ninguno de los cuales
es positivo.
Primero, es posible para nosotros ocupar el lugar y el privilegio de un hijo y al mismo
tiempo rehusar las obligaciones de un hermano. Exteriormente, el hermano mayor era
correcto, consciente, diligente y responsable, pero su actitud no era la adecuada. Además,
una relación equivocada con el hermano produjo una relación tensa con el padre (Lucas
15.28).
Segundo, es posible servir al Padre fielmente y sin embargo no estar en comunión con
él. Una relación correcta, debe, por lo general, producir intereses y prioridades similares.
Sin embargo, el hermano mayor no tenía idea de por qué el padre debía regocijarse con el
regreso de su hijo.
Tercero, es posible ser un heredero de todo lo que nuestro Padre tiene y sin embargo
tener menos gozo y libertad que uno que no tiene nada. Los criados estaban más felices que
el hijo mayor, comieron, rieron y bailaron, mientras este se quedó afuera reclamando sus
derechos.
Una actitud equivocada mantuvo al hermano mayor lejos del deseo del corazón de su
padre, del amor de su hermano, y de la alegría de los criados. Las actitudes equivocadas en
nuestras vidas bloquearán las bendiciones de Dios y nos harán vivir por debajo del
potencial de Dios para nosotros.
Aplicación de actitud:
Cuando nuestra actitud comienza a corroernos como al hermano mayor, debemos
recordar dos cosas:
1. Nuestro privilegio: «Hijo, tú siempre estás conmigo» (v. 31).
2. Nuestras posesiones: «Todas mis cosas son tuyas» (v. 31).
Tómese un momento para hacer una lista de todos sus privilegios y posesiones en
Cristo. ¡Cuán ricos somos!


Fuente: ACTITUD DE VENCEDOR.  JOHN C. MAXWELL

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